Cuando decides dedicar tu vida a ayudar a los más necesitados, puedes “elegir” a qué grupo ayudar, ya que tristemente hay muchos a los que dedicarte.

Te pones manos a la obra, das los primeros pasos, las cosas comienzan a funcionar y te sientes muy bien ayudando a tus beneficiarios. Focalizas todo tu trabajo, tu dedicación, tu ilusión y tus recursos, en ellos, y consigues cambiar muchos “pequeños mundos”, con satisfacción; pero mientras lo haces, no puedes (al menos yo no puedo) evitar seguir mirando con el rabillo del ojo al resto de necesitados a los que no estás ayudando, a los que no elegiste, y que siguen sufriendo.

Hoy he visto dos vídeos desgarradores que me han conmovido profundamente:

Un padre que lleva 44 días con su hija recién nacida ingresada en el hospital, con una gran hidrocefalia, pide ayuda desesperadamente para conseguir 180 dólares que cuesta la válvula que necesita para ser intervenida quirúrgicamente, y que le es imposible conseguir.

Una madre con tres hijos, viviendo miserablemente en una casa de adobe, en condiciones absolutamente indignas e insalubres, como millones de personas, nos consta, pide ayuda desesperada para poder alimentar a sus hijos, porque están pasando hambre cada día, y para que sus puedan seguir en el colegio, porque no tiene recursos para seguir pagando los costes educativos, que son mínimos pero inalcanzables para ella.

Ambos llamamientos han tenido la fortuna de contactar con una ONG de su país que les está ayudando.

Se organizó una colecta para conseguir los 180 dólares, y se está buscando una vivienda digna para la familia que vive durmiendo sobre el barro.

Pero, ¿cuántas familias habrá en situaciones similares que no consiguen contactar con ONGs que les ayuden?

Las ONGs hacemos todo lo que podemos, pero nuestro alcance es siempre limitado. Mientras los gobiernos no tomen la decisión de emplear recursos en sus ciudadanos más pobres, en los más humildes, en los que no tienen 180 dólares para salvar la vida de su hija, o en las madres que tienen que ver cada día cómo sus hijos pasan hambre (no se nos ocurre nada peor que vivir, que estas dos situaciones), no se mitigará el sufrimiento, no se detendrá el dolor, seguiremos observando con apatía (o con frustración) cómo nuestros hermanos, que todos lo somos, sufren sin que a nadie le importe.

Son necesarios Gobiernos empáticos que se preocupen de su pueblo, que se preocupen de verdad, que miren de cara el dolor de su gente y se pongan a trabajar por ellos. Mientras tanto, seguiremos igual.

Pepo Díaz- Presidente/Fundador de Infancia Solidaria