Comunicamos con el corazón roto el fallecimiento del pequeño Siaca, de Guinea Bissai, que no pudo superar la intervención quirúrgica de su corazón.

Lo único que nos consuela en estas situaciones, siempre lo decimos, es haberle ofrecido la oportunidad que todos los niños del mundo deberían tener, para curarse.

Las personas que no trabajan con niños enfermos, no son conscientes del enorme dolor que existe, a nivel mundial, por no poder curar a millones de niños enfermos. Es tan difícil de creer y comprender, que no se piensa que pueda ser cierto, pero lo es.

Podéís imaginar el desgarro de los escritos de solicitud de ayuda que recibimos, fruto de la tremeda impotencia de familias que no pueden curar a sus hijos, y buscan desesperados una oportunidad para ellos.

No podemos imaginar nada peor, y por eso existimos.

Es obvio que las personas que tomamos la decisión de intentar ayudar a niños enfermos, sabemos que estas cosas pueden pasar en cualquier momento. Sin duda somos conscientes, pero el dolor no se mitiga por ese conocimiento previo.

Los que dedicamos nuestras vidas a ayudar a los más necesitados, lo hacemos por una necesidad interior, por empatía profunda con el dolor ajeno. Un dolor que no podemos evitar sentir en el centro de nuestro pecho, y que nos obliga a actuar para sentirlo menos intenso.

Nos hemos vuelto a quedar vacíos y sin ganas de continuar, pero sabemos lo que eso significa, y no vamos a hacerlo. Podemos reflexionar que estamos en un callejón sin salida: Deseamos ayudar, sufrimos por ayudar, deseamos dejar de sufrir, sufrimos si dejamos de ayudar. El círculo humanitario tan gratificante y tan ingrato.

Las buenas personas estamos condenadas al sufrimiento, y es triste que así sea. Bien es cierto que también somos muy felices cuando conseguimos que muchos de nuestros niños se pongan buenos y recuperen el futuro que tenían perdido, pero en estos momentos de sufrimiento…es difícil de explicar.

Lo sentimos muchísimo, Siaca.

Un sincero y cariñoso abrazo para su maravillosa familia de acogida: Ane, Carlyle y sus hijos.